Febrero 2018


El desagüe de la admiración. Todas mis buenas épocas en la poesía han coincidido con el descubrimiento de poetas mejores que yo a los que he abrumado con mi admiración. Admirar me suelta, me quita las legañas y me hace olvidarme de mí. No sé si exagero mucho con mis predilecciones, pero en una tertulia un menda me dijo:

–Me molesta mucho que admires tanto a mengano, un poeta que se precie no debería rebajarse tanto como tú.

Él entendía que admirar como yo lo hago es arrodillarse, algo propio solo de fans o groupies, pero yo no lo veo así. El poeta no tiene que preocuparse por la salud de su ego porque el ego del poeta, al menos el mío, es indestructible, una fuente de energía inagotable, pero el ego establece una tensión dañina en tu mente, un-tomarse-en-serio que llega a ser ridículo (tan ridículo que te das cuenta), y solo dándole vacaciones puede renovarse. De ahí que la admiración, valores intrínsecos aparte, es benefactora porque actúa como desagüe, te libra de ti mismo, te pone en otro territorio, distiende tu ego, te hace mejor.