CU脕NTAS VECES he realizado este ejercicio: una vez que tengo una opini贸n sobre algo, trato de pensar justo lo contrario y busco argumentos que justifiquen ese parecer antag贸nico. El resultado a menudo es sorprendente, pues descubro que la opini贸n antag贸nica no era tan est煤pida como parec铆a al principio y me doy cuenta en cambio de que mi parecer inicial, una vez m谩s, lo hab铆a adoptado sin la cautela ni los conocimientos suficientes. Esto me sucede con casi todas mis opiniones salvo con aquellas que adopt茅 a hierro candente, tras un largo per铆odo de sufrimiento, y que se han convertido en una parte de m铆 como los brazos o las piernas. Cu谩ntas veces he pensado que yo, si no fuera por el antinosotrismo, ser铆a el ser m谩s gaseoso del mundo, m谩s Hamlet que Hamlet, m谩s Orestes que Orestes, y morir铆a de hambre, igual que el asno de Burid谩n, al no poder decidirme entre los dos montones de heno.