Octubre 2021


QUE ACABARÉ suicidándome es seguro, si bien no ahora, sino cuando sienta una decadencia mental muy penosa. Será además mi justo castigo ante la intolerancia que me han causado siempre los suicidas, que para mí son como el Anticristo, seres que no soy capaz de explicarme, salvo que eyaculen sus instintos suicidas a distancia, en libros a lo Plath o Cioran o Pizarnik, en cuyo caso sí que me gustan. Hasta nueve personas en Madrid (siete hombres, para que luego digan que las mujeres son las autodestructivas, si bien en mi etapa social me moví en círculos literarios donde la división hombre/mujer no funciona) me han dicho alguna vez que querían suicidarse, y mi respuesta ante estas nueve confesiones fue siempre la de huir o salirme por la tangente, pues desconozco cómo hay que comportarse ante un posible suicida y temo incluso que me meta en sus espirales. También creo que los alegres no somos tan sensitivos o empáticos; hay algo en la alegría que apesta a dictadura de las emociones; el alegre da por hecho que ocupa el lugar correcto.