YO NO dejé la sociedad por el comportamiento de los demás, sino por el mío. No me gusta cómo me comporto en grupo, cómo trato de imponerme a los demás, de hacerles saber que soy más talentosa e inteligente: hasta mi propia voz me causa repugnancia cuando hablo, sobre todo cuando hablo como si supiera algo y voy dejando una imagen de mí que encima es falsa, pues soy un ser gaseoso, dubitativo, sin más certeza que mi padre. No es que en soledad deje de creerme mejor que todo el mundo, pero a veces también me siento un alfeñique mental de cuidado, así que me equilibro. Además intuía que entre la soledad que arrastraba en mi etapa social y la soledad completa no había mucha diferencia, así que me fue fácil dar el paso.