LA TENDENCIA al orden o a la confusión se decide en la tripa de tu madre. Estoy segura. Una nace rebelde. Yo empecé a saberme la primera vez que escuché una sirena de policía en Bilbao, cuando deseé al instante que la persona perseguida se escapara. ¿Por qué deseé eso? ¿Y si era un violador? ¿Y si un etarra? ¿Y si un asesino en serie? No sé por qué. Desde el primer minuto de mi vida todo lo ordenado o clasificado en cajas me ha parecido abominable, la existencia de un padre o una madre tuteladores abominables, y siempre he pensado que lo que llamamos “gente de bien” es la mayor gentuza que existe, una asociación de gánsteres que reducen las miles de posibilidades de vivir a unas pocas aceptadas (hombre-mujer, heterosexualidad, amor monoparental, matrimonio, hijos, nación, democracia reducida al voto, un partido progresista y otro conservador, trabajo de ocho horas, fines de semana, piso en propiedad, vacaciones en agosto) que no son “sentido común” sino pura subjetividad y pobreza. Pero tengo que reconocer que no han sido la razón o la experiencia las que me han llevado a pensar de esa manera, no. Yo ya era así. Desde el huevo. Siempre he sido puras ganas de jaleo. Lo que más me gustaría ahora es que viniera una crisis veinte veces mayor que la que está viniendo, con una miseria que alcanzara a toda la llamada gente decente, al punto de que las pateras cambiaran de bando. Que pasara algo, que se diera la vuelta a todo, que la vida fuera un galope continuo. Cualquier cosa salvo esta cotidianidad exasperante con la que no puedo y nunca pude. Nací así. Siempre estoy deseando que llegue la marabunta o aparezca un tigre. Me crezco en la incertidumbre. Cada vez que escucho una sirena, me sigo emocionando en favor del que huye.