Estaba ayer bebiendo una cerveza en un bar de Carabanchel cuando entr贸 un tipo con cara de muy mosqueado, parroquiano del bar por la confianza con que se comportaba, y nos grit贸, mir谩ndonos a todos:
—¡He tenido un d铆a tan malo que estoy deseando que alguien me toque los cojones para matarlo! ¡Lo mato, os lo juro! ¡Ojal谩 alguno me toque los cojones, porque necesito matar a alguien!
Nada m谩s escuchar a semejante pedazo de bruto, y teniendo yo la enfermedad libresca metida en la sangre, me sent铆 solidario con Rainer Maria Rilke, de quien cuenta Zweig en sus memorias que no pod铆a soportar la presencia masculina intensa: bastaba que un hombre hablara con voz un poco alta para que Rilke sintiera incomodidad y tratara de librarse de 茅l. Lo mismo que hice yo, por cierto: sal铆 del bar en cuanto pude. Aunque el tipo del que hablo parec铆a de la especie perro-ladrador-poco-mordedor, en estos casos es mejor no quedarse a comprobarlo.