QUÉ PESADILLA de vida llevo, macho. Hasta septiembre fui mejorando de mi Covid, pero a partir de ahí me he estancado y empiezo a sospechar que lo que me queda, dolor de cabeza, taquicardias continuas, insuficiencia pulmonar, problemas estomacales o pérdida de memoria, no son fallos coyunturales que se me vayan a ir tan fácil. No sé dónde he leído que algunos están planteando pedir minusvalías si se demuestra que no hay esperanzas de recuperarse, como ya empiezan a barajar algunos médicos. Estoy de histeria tan continuada que parece que tengo Parkinson, pues no consigo dejar las manos quietas. ¿He dicho que también tengo problemas auditivos? Pues sí: ya solo puedo escuchar a volumen bajo voces femeninas, y no todas: hasta he tenido que eliminar a Rocío Jurado y Aretha Franklin de mis listas de favoritos porque ahora, desde que cogí el Covid, me parecen unas gritonas insoportables.
Estoy como para competir con los octogenarios en achaques y dolencias. Y lo peor es que mi cerebro no se repara, me duele siempre la cabeza, no consigo concentrarme ni treinta segundos en nada y he perdido miles de palabras de mi vocabulario. Hasta para hacer tuits cometo unos solecismos y anacolutos de preocupar, si bien existen momentos del día, como ahora, en los que recupero un poco mis facultades y me doy cuenta de las barbaridades a lo Tarzán que escribí cuando estaba peor.
Mi memoria es una broma. No recuerdo ni el 20% de los nombres. Sobreviven en mi mente los Messis y Picassos de cada gremio, pero a partir de ahí se me hace la noche. Esta semana me pregunté de pronto por el nombre de aquella chica que presentaba el Euromillón, la que fue diosa de mi juventud (he tenido 500 diosas de la TV, pero ella top-5), y no supe respondérmelo hasta días después. Cuando uno se olvida de Paula Vázquez, que fue mi masturbamusa favorita durante años, es que mi cerebro avanza hacia el Kalahari. Pronto me alimentaré de cactus.
Espero estar exagerando.