ME HA pasado algo rarísimo esta tarde al salir al parque, y es que en lugar de sentarme en un banco y ponerme a leer mi Séneca o algún libro digital de mi BQ Cervantes, como es costumbre en las últimas semanas, he estirado los brazos en torno al banco y me he puesto a contemplar el paisaje, un minuto, dos minutos, tres minutos, os lo juro, sin pensar en nada, más feliz que un kilo de mandarinas, olvidada de mí, disfrutando meramente de lo que me rodeaba.
¿Estaré iniciándome en el budismo? ¿Comienzo a entrar en la armonía cósmica? ¿Estarán mis ojos cansados de mirarse a sí mismos? ¿Habrá órganos en mi cuerpo hasta ahora desconocidos que me permitan integrarme en algo?
—Calla, Vanessa, que yo estaba espiándote detrás de un arbusto y has durado así tan solo cinco minutos, macho, cinco minutos de nada y al cabo ya estabas leyendo un libro y apuntando cosas en tu cuaderno como la histeria de persona que eres.
—Bueno, cinco minutos... mis cinco minutos serena es el año completo de otros.