Abril 2016


MI INTRANSIGENCIA en el amor no tiene límites, ni conmigo ni con los demás. Me hallaba el sábado hablando en un Kebab con un menda, después del partido Real Madrid-Barcelona, cuando comenzó a decirme que quiere irse a Filadelfia, donde le ha surgido un trabajo fijo de 2500 dólares mensuales.

—Pero —le dije yo—, ¿te llevas contigo a tu mujer y tus hijos?

—No, porque mis hijos ya tienen vida propia y mi mujer tiene aquí un buen trabajo fijo.

—Pero…, ¿y qué vais a hacer para veros desde tan lejos?

—Nada. Si me marcho a Filadelfia, comenzaré una nueva vida y me buscaré otra mujer allí.

—¿Cómo? ¿Le has dicho ya eso a tu mujer?

—Sí. Es duro, pero los dos estamos de acuerdo.

—¿De acuerdo? No lo entiendo…, ¡eso significa que no os queréis mucho!

—Sí que nos queremos, mi mujer es un amor, pero yo no puedo resistir más tiempo en Madrid con trabajos ocasionales. O me sale uno fijo este mismo mes o hasta aquí he llegado.

Después de esta respuesta bajé el pistón porque yo mismo noté que estaba haciendo el ridículo. ¡Quién soy yo para decirle a un hombre que además era diez años mayor que yo lo que tiene que hacer con su vida! Pero reconozco que se me llevaban los demonios. Igual es que a mí las relaciones amorosas me dan más que al resto o soy de mucho apego emocional, pero ni se me ocurre dejar a una mujer a la que amo por un trabajo, el trabajo que sea.