CUÁNTAS VECES he pensado, la botella de vino casi terminada, que si yo fuera una verdadera leona que supiera dirigirse directamente hacia su presa y no esta mamarracha que en realidad soy; si yo supiera sopesar las situaciones o pararme más de un minuto seguido en el mismo tema, en lugar de paladear todos los manjares y visitar frívolamente todas las mesas, ¡entonces qué gran escritora sería yo! ¡entonces sí que deberíais compraros unos ojos nuevos para leer mis engendros, ahora transformados en estrellas de nueve puntas! Pero poco después pienso justamente lo contrario: en realidad, si yo hubiera sido esa persona solvente, seguro que habría dedicado mi vida a algún objetivo y no a la literatura, que es la ocupación de las que odiamos los objetivos. Quién que sirva para la vida se iba a esconder como yo detrás de las palabras…