HACE UNOS años empecé a entrenar a dos equipos de fútbol de niños en riesgo de exclusión social, uno de chicas y otro de prebenjamines, y el primer día me fue muy bien con las chicas, que estaban en edades comprendidas entre los diez y los catorce años, pero cuando me tocó el turno de entrenar a los prebenjamines, que eran de cinco y seis años, uno de ellos se fijó en mis dientes y empezó a decir:
–¡Mirad, tiene brackets! ¡Tiene brackets!
–¡Es verdad! –le secundó otro–. Jajajaja, ¡tienes brackets!
–¡El profe tiene brackets! –gritaba un tercero.
Y entonces me dije: hostias, es verdad. Esto son los niños. La crueldad mamífera de los niños. Yo también fui uno de ellos y también me mofaba de los compañeros que estaban gordos, o eran cojos, o llevaban gafas, o hablaban tartamudo, o eran torpes en general. Pero uno va cumpliendo años y ganando capas de civismo, muchas veces sin querer, y empieza a olvidarse de los átomos fundadores. Hasta que de pronto los descubre otra vez. Sí, esto son los niños. Seres adorables llenos de bondad natural y eso.