Febrero 2021


COMO PESO ya la cifra intolerable de 85 kilos, el 31 de enero decidí salir a caminar y me encontré con la agradable sorpresa de que mi cuerpo me pedía más y más... hasta que terminé caminando durante tres horas y media, tiempo en el cual hice 22 kilómetros según un podómetro gratuito que me bajé de Google Play. Si pensáis que al día siguiente tenía agujetas, estáis equivocados: agujetas por el mero caminar le pueden salir a alguien de Madrid, no a alguien de Lauros. Desde ese día inaugural, llevo diez consecutivos caminando entre tres y cuatro horas al día, con distancias de entre 18 y 25 kilómetros, y hasta parece que estoy mejorando un poco de mis secuelas del coronavirus. Ayer, por ejemplo, me fui hasta Usera, de ahí regresé a Oporto, de Oporto me fui a Marqués de Vadillo y desde ahí, por Paseo de Pontones y Paseo de las Acacias, pasando por Embajadores, me fui a la Cuesta de Moyano a mirar libros, pero como solo estaban abiertos dos de los treinta puestos debido a que lloviznaba, regresé a Tirso de Molina hacia la librería Traficantes de Sueños, donde me compré el tercer tomo de los diarios de Kertész, y luego volví a Puerta de Toledo y de nuevo a Carabanchel. A los 46 años, acabo de caer en la cuenta de lo bobo que soy cogiendo el metro todos los días para ir a trabajar, porque además tampoco ahorro mucho tiempo (tardo sobre una hora en caminar los siete/ocho kilómetros de distancia, solo quince minutos más que yendo en metro), por lo que he decidido a partir de ya acudir al trabajo a pata y ahorrarme los 56 euros que me costaba el carnet mensual de metro.

Desde que estoy en Madrid he empezado a faltarle el respeto a mi cuerpo, porque es un cuerpo imposible que no para de masturbarse en serie y que coge todas las enfermedades infecciosas que hay en el mercado, pero en Vizcaya no tenía ninguna mala opinión sobre él sino al contrario: gracias a ese cuerpo conseguí campeonatos en fútbol, futbito, baloncesto, tenis, cross, pádel, pala, frontenis y pelota a mano, es un cuerpo que modeló mi personalidad, que me hizo mentalmente un ganador. La gente me admiraba por mis hazañas velocistas: cuántos me dijeron "en mi vida he visto a alguien tan rápido y resistente como tú". Hasta hubo profesores y entrenadores que me animaron a dejar los demás deportes para dedicarme de forma profesional a las carreras de fondo o de medio fondo, pero nunca lo hice porque a mí las carreras me parecían un formidable aburrimiento.

Qué equivocada, qué pésima la idea de coger un cuerpo como el mío, que es de competición, y llevarlo a Madrid y encerrarlo en una habitación para que se atiborre de libros, esto es algo tan estúpido como comprarse un Lamborghini y ponerlo en la autopista a circular a no más de 30 km/h. ¿Os he dicho que en estos diez días solo me estoy haciendo de cuatro a cinco pajas al día? Nueva prueba de que en Madrid he estado tratando a mi cuerpo como a un enemigo, como a eso que se interpone entre la literatura y yo.