FUI AYER al supermercado La Despensa y descubrí... ¡que había avellanas! Pero comprarlas constituyó una carrera de vallas. Para empezar, estaban rotuladas como "castañas".
—Perdón, —le dije a un dependiente—, aquí no hay letrero del precio de estas avellanas.
—Es que no son avellanas —me dijo—, son castañas.
Traté de contener la risa. ¡Le vas a contar tú lo que es una avellana y lo que es una castaña a un tío de Lauros, que hasta planté varios castaños y avellanos en los treinta años que viví allí! Pero me callé porque sé, por experiencia, que la ignorancia de las gentes de ciudad en lo referente a frutas y hortalizas es oceánica, si bien lo de ayer me pareció un nuevo récord. Por otra parte, me interesaba que las avellanas fueran castañas, porque el precio de las castañas era de 4'99 cada kilo, mientras que las avellanas en el supermercado, por estas fechas, suelen costar entre siete y nueve euros. Pero los problemas no terminaron ahí. El peso electrónico no conseguía leer la clave del producto. Volví a llamar al dependiente: al final decidió cobrarme las avellanas como "aguacates", porque el peso sí que conseguía leer los aguacates, que también costaban 4'99 el kilo.
Al final me fui a casa con avellanas pagadas a precio de castañas con código de aguacates. No dejé ni una en el súper: me llevé los cuatro kilos que había. Cuando salí estaba felicísimo: ¡hay que ver con qué poca cosa soy yo feliz! Solo me quedaban cuarenta euros para terminar el mes (pero el dinero nunca me ha importado, tengo montañas de comida enlatada en Maracaná) y me gasté veinte de ellos en avellanas, jajaja, pero volví a casa exultante con mi tesoro en la bolsa. ¿Conseguirás hacer durar estos cuatro kilos al menos una semana, señor Barrigargantúa? No creo...