Septiembre 2019


YO TENÍA que haber sido profesor. Un ser tan infantil y egobobo como yo, con el saco de anécdotas a lo Diógenes Laercio que manejo, y con la pasión que le dedico a cualquier cosa que no sea trabajo físico, habría sido un profesor estupendo. Y además tengo sentido del humor: cada vez que me han invitado a un colegio para dar una charla, los niños se mueren de la risa, a veces conmigo y a veces de mí. Por otra parte, como profesor no me comportaría como en este blog, ¿eh? Yo, si tuviera que dar esa deplorable asignatura llamada literatura española contemporánea (deplorable porque solo se debería dar literatura), entraría en el aula y diría:

—Esta semana vamos a leer a Federico García Lorca. Por tanto, durante esta semana quiero que Lorca sea vuestra novia, vuestro novio, vuestro padre y vuestra madre, ¡quiero que solo penséis en Lorca y solo soñéis con Lorca, el poeta más grande de este idioma y de cualquier idioma!

A la siguiente semana leeríamos a Aleixandre y les diría que no, que en realidad es Aleixandre el mejor poeta jamás visto, y así con todos. Solo haría una excepción con los alumnos muy interesados en la literatura, de esos que te visitan hasta en el despacho; con esos sí que me quitaría la máscara y les contaría mi verdad: que Lorca es al 80% su leyenda, Alberti un poeta menor, Machado un búho diurno, Guillén, Salinas y Aleixandre poetas de laboratorio, JRJ un cursilindo, Baroja no sabe escribir, Valle-Inclán hace repostería, Azorín no es escritor, a Ortega y Unamuno los sostiene el tinglado patria y, en definitiva, que desde finales del siglo XVII los mejores escritores están en otros países y tampoco pasa nada, porque para leerlos no se necesita ir hasta el lugar donde vivieron, sino que basta con dar unos pasos en la biblioteca.