Marzo 2021


A VECES creo que estoy entrando en la madurez, me refiero en la cobardía, pero otras no tanto. Ayer, por ejemplo, me planté en el día uno del mes sin un euro, como suelo, y la nómina todavía sin cobrar. Esto no suele ser para mí un problema, porque suelo hacer a pie los ocho kilómetros que me separan del trabajo y, por otra parte, en Maracaná tengo comida de sobra como para resistir un mes, lo mismo para mí que para mis tres gatos, pero ayer me visitó un imprevisto.

Sucedió que me vi inmerso en una tormenta de frío, lluvia y viento por la mañana, al salir del trabajo. Lo ideal hubiera sido coger el metro, pero ya os digo que me quedaban cero euros, cuando digo cero me refiero a cero. Así que me comí la borrasca enterita al menos hasta Paseo de Pontones, cuando remitió bastante y pude llegar a Maracaná oyendo el plof plof plof que hacían mis zapatillas llenas de agua.

Sin embargo, no hay momento estoico que no conlleve algo hedónico. Yo soy un ser erótico; a cualquier hora del día estoy erotizado; de las cien capas de mi cebolla 99 pertenecen a mis neurosis sexuales. Tengo, sin embargo, diversas intensidades: la intensidad máxima la alcanzo cuando llueve y me mojo. No me ha pasado nunca, cuando cojo una gran chupa, que no me ponga al segundo a pensar en mis doscientas o trescientas chicas favoritas (tampoco os hagáis una imagen mujeriega de mí, soy la mínima cantidad de hombre que puede haber en un hombre, me enamoro de todas pero solo de lejos).

Y ayer, mientras pensaba en una de la cual no voy a decir el nombre, porque no es famosa, y rodaba en mi imaginación una pequeña película con ella, se me ocurrió la anti-Sherezade: esta chica me pedía que le leyera un poema mío, pero todos le parecían malos. Sin embargo, no me permitía que los guardara: siempre me pedía otro.

—No, ese también ha sido muy malo, léeme otro.

Así conseguía ligármela de una de las maneras más bonitas que pueden existir, pues a ella le gustaba yo, no mis poemas, pero deseaba que siguiera leyendo uno tras otro porque así me retenía. Creo que de mis pelis eróticas (a veces creo que el 80% de mi escritor procede de las pelis eróticas que me monto desde los diez años con las chicas que me gustan) esta es una de mis mejores, porque además a mí me sucede lo mismo que a la chica protagonista: si te gusta alguien, ya puede hablarte de la alimentación del murciélago común que no te aburres nunca, lo de que la inteligencia y “el interior” son importantes en el amor es una pantontería que se han inventado los seres coñazo de mi estilo.

De este modo hice los tres últimos kilómetros hasta Maracaná, emocionadísimo de mi película, deseando llegar para masturbarme, con la chica riéndose y poniéndose cada vez más cachonda con cada nuevo poema malo que le leía, que hasta lo hubiera arruinado todo si le hubiera leído como mío uno bueno de Plath o Neruda.

Así que ya sabéis la moraleja de este sueño erótico propiciado por la lluvia a su vez propiciada por no tener un euro para entrar en el metro: ¡No huyáis de la lluvia, no tengáis dinero y, sobre todo, no tiréis nunca los poemas malos, pues tienen unas posibilidades eróticas que no han sido exploradas!!