Octubre 2021


CUANTO MENOS creo en el libre albedrío mejor persona me vuelvo, menos plomaza, más inocua, dentro de la idea cada vez más arraigada en mí de que el idiota en el sentido griego del término, idiota como alguien que no participa en los asuntos de la comunidad, es la persona de verdad benefactora, porque nunca trata de colonizar las mentes de otros y causa el mínimo daño al planeta en el que ha nacido por casualidad. Mientras creía en el libre albedrío al ciento por ciento fui una fanática con el dedo índice muy rígido: tú abertzale debes dejar de ser abertzale, tú facha debes dejar de ser facha, tú racista pégate un tiro, tú homófobo tírate por un barranco, etc. No digo que me haya curado del todo y no conserve aún algunas toneladas de intransigencias en mis silos, pero ya no soy la de antes. Desde hace un tiempo me respondo con mucho realismo a estas preguntas: ¿y si hubiera nacido yo en una familia de militares? ¿Y si hubiera nacido en la Alemania nazi? ¿Y si en el patriciado romano? La falta de sentido histórico, el olvido del contexto socio-terrenal y la creencia ciega en el libre albedrío son los puntos débiles de gran parte del pensamiento utópico, por eso a veces hay que hacer autocrítica. Si yo hubiera nacido en una tribu de caníbales…, no me hago ilusiones, seguro que yo sería de las que se come los trozos más tiernos de niños sin hacer la comunión, con lo ansiosa y tragantúa que soy…